Buenos días amigos, hoy publicamos este capítulo especial del podcast para traeros buenas noticias. Cómo sabéis, nuestra primera temporada del podcast ya llegó a su fin y muchos de vosotros nos habéis transmitido vuestros deseos de seguir disfrutando de nuestros cuentos.
Esta bonita historia es una leyenda que una vecina contaba a los niños hace muuchos años, estad muy atentos y esperamos que os guste. Ha sido un compartir estos 5 meses de cuentos con todos vosotros, comenzamos un nuevo camino, si nos dejéis, también de vuestra mano :)
Había una vez una niña muy pobre que se llamaba Karen. Vivía con su familia pero no tenían dinero para comprar ropa o zapatos nuevos, así que Karen sólo tenía unos viejos zuecos que le hacían mucho daño, así que casi siempre iba descalza. En el centro del pueblito en el que vivían Karen y su familia, había una anciana zapatera que, un día que le vio descalza con los pies sucios y dañados, le hizo un par de zapatitos con unos pedazos de tela roja que le sobraron de hacer unas botas. A Karen le encantaron Muchísimas gracias señora -se lo compensaré (...)
Érase una vez una orgullosa mamá caba, que junto a su marido había criado a sie-te hermosos cabritillos. Cada uno con su color y peculiaridad propios, pero igual de suaves y bonitos. Un día, mientras papá cabra trabajaba, mama cabra tuvo que salir a la ciudad a hacer recados, dejando a sus siete hijitos solos en casa. - Escuchad hijos míos, debo ir al pueblo a buscar comida para vosotros. Sed buenos y, sobre todo, no abráis la puerta a nadie que no sea yo. - ¡Sí mamá! - gritaron los siete al unísono (...)
Había una vez, hace muchos años, un precioso reino con un enorme y maravilloso palacio. En él vivía un rey, una reina y sus tres hijas; la preciosas y jóvenes princesas. El palacio era conocido y admirado por las maravillosas fiestas que allí se celebraban. Todo el mundo hablaba de lo divertidas y bonitas que eran esas fiestas. El jardín se iluminaba con cientos de farolillos, la música era sensacional y la comida que allí servían era deliciosa. La más joven de las princesas estaba deseando asistir a alguna de aquellas fiestas. Sin embargo, cómo todavía era pequeña debía acostarse pronto. (...)
Érase una vez un rey que tenía cuatro hijas. Todas eran encantadoras, pero la más pequeña era la más bella y traviesa. Cada tarde, salía al jardín del palacio, y se dedicaba a corretear sin parar de aquí para allá, cazaba mariposas y trepaba por los árboles. Un día que se sentía cansada de tanto jugar, se sentó a la sombra junto al pozo de agua que había al final del jardín de su palacio, y se puso a juguetear con una figurita de oro en forma de corazón que siempre llevaba a todas partes. Pero estaba tan cansada y hacía tanto calor, que la figura resbaló de sus deditos y rebotó hasta caerse al profundo y oscuro agujero del pozo. Y muy triste, la princesa comenzó a llorar. (...)
Érase una vez en la ciudad de Bagdad, un joven muy humilde llamado Simbad que cada día se encargaba de llevar de un sitio a otro unos paquetes muy pesados en barco, ganándose así el apodo de “el Marino”. Simbad llevaba una sencilla ya que no tenía mucho dinero. Vivía en una casa muy humilde de las afueras de la ciudad, y sus ropajes no eran precisamente los de un noble. Por ello, cada mañana iba al río a contarle al viento todas sus lamentaciones. Una mañana, mientras Simbad miraba su reflejo en las aguas, deseando ser más rico y poseer más tesoros, un hombre muy rico y conocido de la zona escuchó sus lamentaciones, y muy amablemente le invitó a cenar a su mansión. (...)
La noche del 5 de Enero hacía mucho frío en San Sebastián; A pesar de que era más de medianoche, Clarita y Guille seguían despiertos. -Mamá nos ha dicho que tenemos que dormirnos pronto esta noche -Ya lo sé Guille pero estoy muy nerviosa y no puedo dormirme, esta noche vienen los Reyes! ¿Porqué no bajamos al salón y les esperamos escondidos? No tienes muchas ganas de verles? -pues sí… vamos Clarita! Los niños bajaron en silencio, pasaron de puntillas junto a la habitación de sus padres y se escondieron detrás del sofá rojo. Entre risas, permanecieron allí jugando a las adivinanzas, ahogando sus risas para no ser descubiertos. (...)
Como cada año, todos los habitantes de la granja esperaban el gran acontecimiento: el nacimiento de los polluelos de mamá pata. Caballos, conejos, cabras y gallinas llevaban durante días yendo a visitar a mamá pata que incubaba con mucho cuidado todos sus huevitos. ¡Los polluelos podían llegar en cualquier momento! Y por fin llegó el gran día. Era un sábado caluroso de verano. To-dos los animalitos de la granja había ido a visitar a mamá pata co-mo siempre, cuando de repente, escucharon el sonido que indicaba que los polluelos iban a nacer. (...)
Hace mucho mucho tiempo, había en el norte de Alemania una ciudad llamada Hamelin. Era una ciudad preciosa rodeada por murallas, y muy prospera, ya que en su centro había un puerto al que gente de todo el mundo iba a comerciar. Todo era maravilloso hasta que, un día, la ciudad se vio atacada por una plaga de ratas. Había tantas, que se subían a las cunas para morder a los niños, perseguían a los gatos y robaban los quesos de las despensas para luego comérselos. Metían los hocicos en todas las comidas, roían las ropas tendidas de la gente, y hasta agujereaban las fachadas de los monumentos más importantes de la ciudad. La vida en Hamelin se había vuelto insoportable, y los ciudadanos estaban (...)