En 1915, el palentólogo Maurice Mehl describió, a partir de unos restos fósiles descubiertos unos años antes en el oeste de Wyoming, “una criatura musculosa y ligera, posiblemente bípeda ocasional, y seguramente veloz”, con el nombre de Poposaurus, por la formación geológica en la que se encontraron los fósiles, Popo Agie [Popo Sha], que en la lengua crow significa “río gorgoteante”. Poposaurus era un depredador bípedo de unos cuatro metros de largo, de los que la mitad corresponden a la cola, y entre sesenta y cien kilos de peso, que vivió hace unos 210 millones de años en el sudoeste de los Estados Unidos. A lo largo de las décadas, Poposaurus se ha catalogado en diferentes grupos de dinosaurios: ornitisquios, sauropodomorfos, estegosaurios, terópodos… Sin embargo, en 1977, el paleontólogo inglés Peter Galton lo reclasificó con los pseudosuquios, arcosaurios más próximos a los cocodrilos que a los dinosaurios.
En 1630, apareció en la costa este de la isla de Hainan, en el sur de China, un monstruo marino con cabeza de tigre y dos alas, que devoraba a la gente y al ganado. El gobernador ofreció sacrificios de vino y animales para apaciguarlo. Este relato, muy exagerado, se refiere seguramente a un cocodrilo, pero ¿hay cocodrilos en China? Hoy en día, el único cocodrilo que habita en China es el aligátor chino o aligátor del Yangtze (Alligator sinensis), que sobrevive en unos pocos ríos del este del país. Pero es dificil identificar este cocodrilo tímido y dócil, que no pasa de dos metros de longitud, y que se alimenta fundamentalmente de peces y ranas, con el monstruo marino de Hainan. El 9 de marzo de 2022, un grupo de científicos de China y Japón ha publicado la descripción de un nuevo género y especie de gavial, Hanyusuchus sinensis que podría arrojar luz en el estudio de la cultura china antigua.
Hace seis mil años, cuando los primeros humanos llegaron a Cuba, se encontraron con una fauna mucho más rica y diversa que la actual. Entre los mamíferos, llama la atención la presencia de varios géneros de perezosos terrestres de diversos tamaños. El mayor de los perezosos cubanos es Megalocnus, un cuadrúpedo de un metro de alto, metro y medio de largo y noventa kilos de peso que, según las dataciones por radiocarbono de sus restos, se extinguió hace unos 4700 años. Probablemente, estos grandes perezosos se encontraban entre las presas favoritas del murciélago vampiro, que actualmente está extinto en la isla. También existió el pequeño mono semiarborícola Paralouatta varonai, semejante a un mono aullador, aunque con la cola más larga. Otro grupo de animales endémicos de las Antillas, las jutías, tiene también su representante extinto en Cuba. Un animal extinto más reciente es el el guacamayo cubano (Ara tricolor), desaparecido en el siglo XIX.
Hace unos quinientos millones de años, a mediados del Cámbrico, habían aparecido ya muchos de los grupos de animales pluricelulares actuales, como los moluscos, los artrópodos, los equinodermos y los cordados. La gran diversificación de formas animales de aquella época produjo también muchos fósiles de difícil clasificación, como los vetulícolas. Tan difícil en este caso, que incluso su nombre, vetulícolas, no compromete a nada; simplemente significa en latín “habitante viejo” o “habitante de la antigüedad”. Los vetulícolas son animales marinos; su cuerpo recuerda vagamente a un renacuajo, está formado por una cabeza voluminosa, con la boca en el extremo anterior y cinco aberturas redondas u ovaladas alineadas a cada lado, que se han identificado con branquias; y una cola larga y generalmente aplanada que termina en el ano y que en los vetulícolas más primitivos está formada por siete segmentos
Hace más de siglo y medio, en 1857, llegaron a manos del paleontólogo inglés Richard Owen trece vértebras fósiles descubiertas cerca de Tesalónica, en Grecia. Al publicar su descripción en el boletín trimestral de la Sociedad Geológica de Londres, Owen las identificó como pertenecientes a la víbora más grande conocida, a la que bautizó con el nombre de Laophis crotaloides. Las vértebras de Owen se perdieron, y no quedó ninguna prueba tangible de la existencia de esta enorme víbora hasta 2014, cuando se descubrió en la misma región una vértebra perteneciente a la misma especie. Se calcula que esta serpiente, que vivió durante el Plioceno inferior, hace entre cuatro y cinco millones de años, alcanzaba los tres o cuatro metros de longitud.
El 21 de marzo de 2011, en la mina a cielo abierto Millennium, en la provincia canadiense de Alberta, la pala excavadora de un trabajador llamado Shawn Funk tropezó con unos restos fósiles. La empresa notificó el hallazgo al Real Museo Tyrrell y dos días después se presentaron en la mina el paleontólogo Donald Henderson y el técnico Darren Tanke. Los científicos se sorprendieron al descubrir que los nuevos fósiles correspondían a un dinosaurio acorazado en excelente estado de conservación. La nueva especie fue bautizada con el nombre de Borealopelta markmitchelli. El nombre genérico, Borealopelta, significa “escudo boreal”. Medía en vida cinco metros y medio de largo y metro y medio de alto, y pesaba más de una tonelada. Todo el cuerpo, salvo la cabeza, el vientre y las patas, está protegido por un blindaje casi continuo formado por centenares de placas óseas de entre cinco y treinta centímetros, dispuestos en filas muy juntas.
Hace 18 millones de años, en el Mioceno, la región que hoy ocupa el noroeste del lago Victoria estaba cubierta de selva, con un clima cálido y húmedo. Por aquella época se había empezado a formar el Rift del África Oriental, y el vulcanismo era intenso. Las colinas Kisingiri, en el oeste de Kenia, son los restos de la chimenea de uno de aquellos volcanes, cuyo cono se extendía por lo que hoy son las colinas Rangwe y las islas de Rusinga y Mfangano, en la costa keniana del lago Victoria. Aunque en el Mioceno el lago Victoria aún no existía. El volcán Kisingiri sufrió una serie de erupciones explosivas que cubrieron de cenizas un área de más de cien kilómetros de diámetro. Los fósiles cubiertos por aquellas cenizas, desde orugas y bayas hasta primates y elefantes, se han conservado en un estado excelente. Entre 1947 y 1948, Louis Leakey y su esposa, la antropóloga Mary Leakey, llevaron a cabo la primera excavación sistemática en la isla de Rusinga. Allí desenterraron unos quince mil fósiles, entre los que se encontraron restos de Proconsul, un mono arborícola sin cola, de brazos largos, que se desplazaba a cuatro patas sobre las ramas.
Hace unos 125 millones de años, a principios del Cretácico, apareció en Eurasia un grupo de pterosaurios con unas características únicas, que los paleontólogos han agrupado en la familia de los tapejáridos. Estos pterosaurios, de tamaño pequeño o mediano, presentan una cresta ósea sobre el hocico, que en algunas especies sostiene una cresta aún mayor de tejido blando y fibroso, hecha de queratina, que se extiende hacia arriba y hacia atrás sobre el cráneo. Aunque tenían los ojos pequeños, su vista era excelente, mucho mejor que la de otros pterosaurios, y probablemente era el sentido que más utilizaban. En lugar de dientes, tienen un pico grueso de queratina semejante al de los loros. Los hombros son estrechos y bajos, de manera que las alas se unen al cuerpo más cerca del abdomen que de la espalda; su silueta recuerda a la de algunos aviones.
Yunnan es hoy en día una región montañosa del sur de China que goza de un clima subtropical húmedo, pero hace unos 520 millones de años, en el Cámbrico inferior, se encontraba bajo el mar, cerca de la costa del supercontinente de Gondwana. Allí existía uno de los primeros ecosistemas complejos que conocemos y sus restos se han conservado de forma extraordinaria en los yacimientos de Chengjiang. Los fósiles se extienden por diez mil kilómetros cuadrados y se conservan no solo los esqueletos y tejidos duros, sino también las partes blandas y los rastros de una gran variedad de organismos que constituyen un testimonio de la diversificación de la vida en la Tierra. En uno de los yacimientos se han encontrado cientos de especímenes juveniles, lo que ha permitido además estudiar el desarrollo de muchos de estos animales.
En 1957 se encontró en las cercanías del faro de Slip Point, en la costa de Washington, al sur de la isla canadiense de Vancouver, una mandíbula y un fragmento de cráneo, restos fósiles de un mamífero carnívoro desconocido. En 1960, el paleontólogo Ruben A. Stirton, del Museo de Paleontología de la Universidad de Berkeley, creó para ellos la nueva especie Kolponomos clallamensis, aunque no sin polémica. Años después, tras la aparición de otros restos se llegó a la conclusión de que Kolponomos fue uno de los primeros intentos de vuelta al medio acuático de la línea evolutiva que, a partir de los osos, o más bien de sus antepasados, condujo a la aparición de los pinnípedos: focas, morsas y leones marinos. Vivía en la costa noroeste de Norteamérica, y ocupaba un nicho semejante al de dos mamiferos marinos actuales: la nutria marina y la morsa.